El ser humano, la peor especie invasora

Mientras vivimos el regreso a la rutina con mascarillas después de los terribles meses que hemos vivido, los problemas del mundo también han seguido su curso. La vida sigue, los delfines vuelven a decorar el horizonte marino, los pájaros cantan más fuerte que nunca y los ciervos pueden volver a correr por las dehesas.
La naturaleza ha recuperado su bien merecido descanso.
Desgraciadamente la muerte también se sigue abriendo camino. Una de las consecuencias de ser la especie animal más inteligente, es que somos los más crueles, y también los más conscientemente crueles. Vivimos de caprichos y de excusas, y estamos por encima del bien y del mal. Igual nos compramos una moto que un iPhone o un mapache, porque es lo que se lleva en cada momento.
Los cerdos vietnamitas surgieron de la experimentación científica por el año 2006.
Rápidamente se convirtieron en la nueva mascota de moda porque eran inteligentes, dóciles y no alcanzaban un gran tamaño. Durante años podías verles paseando por la calle con correa y la gente les miraba y hacía fotos. Pero claro, es un cerdo, y por muy pequeño que sea, pesa 70 kilos de media y puede vivir entre 15 y 20 años. Necesita comer, higiene, atención y revisiones veterinarias. Lo que viene siendo, cuidar de un animal, llámalo X.
Hoy en día, año 2020, solamente 14 años después, los cerdos vietnamitas son una especie invasora. Destrozan huertos, rompen bolsas de basura, invaden las ciudades… como nosotros somos la “especie animal avanzada”, preferimos pensar que son peligrosos, que están cruzados con jabalíes -que por cierto también invaden los núcleos urbanos- y que van a provocar accidentes. Preferimos llamar a las autoridades para que les retiren de la calle porque seguramente escupirán fuego por los ojos en algún momento. Cualquier excusa es buena para no admitir que tienen hambre. Que el ser humano que les compró por 3 duros y un capricho, les soltó a la calle a su suerte. Que su familia les abandonó una mañana que descubrió que habían crecido más de la cuenta. Como cuando un perro te mea el sofá, o un gato se agarra a tus cortinas nuevas.
La conclusión es que los centros zoosanitarios y los cazadores están autorizados a retirarles de las calles. Retirarles, por si a estas alturas de mi artículo no lo han deducido, es matarles. No llevarles a un santuario ni a una protectora, no tenerles en custodia por si alguien les quiere en su granja. Matarles. Y no puedo hacer nada.
No podemos hacer nada. Porque no les importan a nadie. Porque esas madres que comen plásticos manchados de tomate frito para intentar producir leche que amamante a sus bebés, no les importan a nadie.
Yo las he visto con mis propios ojos, romper una bolsa y comérsela entera porque en el fondo había líquido de sandía. Y sus bebés esperando junto a ella. Y por cierto ninguno echaba fuego por los ojos.
Los cerdos de la foto podrían ser cualquier piara de las que hay por Algeciras, Tarragona o Málaga. Viven en paz y se buscan la vida. No atacan a nadie ni salen a la carretera. A diario buscan comida del contenedor y por la noche descansan junto a un arroyo aislado de la civilización. Podrían vivir allí.
Solamente hay que PENSAR. Pensar en castrar a las hembras, en darles un lugar seguro donde puedan permanecer y ser alimentados por voluntarios.
A quien lea esto y tenga hijos, por favor, no permitáis que se vuelvan tan “inteligentes” como nosotros. No os tienen por qué gustar los animales, no os pido que tengáis que encadenaros a la estatua de Rodríguez de la Fuente exigiendo justicia ni que os hagáis veganos. Las decisiones que tomamos no tienen por qué inclinar siempre la balanza hacia un extremo u otro. Simplemente no tengáis mascotas, pero respetad la vida de los que no pudieron nacer “humanos”.
Bienvenidos a “la nueva normalidad”. La normalidad en la que nos hemos reconciliado con la naturaleza y nos hemos vuelto mejores personas. Donde nadie va a seguir haciendo nada. Que asco.